Chaguanquero y RENFE. ¡Una de trenes!
Si algo he aprendido viajando por el mundo es que los sistemas de transporte dicen mucho de los niveles de bienestar de un país, y también de sus desigualdades. Guardo en mi memoria el recuerdo de dos o tres trenes muy especiales. En 1986 recuerdo con nostalgia el tren de Nairobi a Mombasa. De película! Auténtico, antiguo y de madera. Estábamos en Kenia con un grupo de compañeros catalanes y africanos con los que habíamos construido una escuela en Nairobi. También recuerdo uno en Mozambique que nos rescató después de pasar dos días aislados por una inundación impresionante.
Pero sobre todo recuerdo el que va de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia a Salta, en Argentina. Era el único medio que teníamos para salir de Charagua, donde vivíamos, en los años 90. Teníamos tren tres días por semana: el " ferrobús ", el " Rápido " y el " Chaguanquero " en orden descendente de velocidad y confort. Para los dos primeros sólo se podían comprar seis boletos por viaje en el pueblo: dos en la estación, dos en el "Centro Cívico " y dos más a la " Asociación de Ganaderos”. Viajar era complicado para la mayoría de gente, y había que planificarlo con semanas de antelación y muchas negociaciones. Los propietarios de los billetes, no siempre estaban dispuestos a "ceder" el privilegio de vender un billete a quienes estábamos trabajando con los campesinos.
Para el tercero, el Chaguanquero, no habían billetes, pero tampoco habían asientos porque era un tren de carga con vagones -plataforma y vagones típicos de carga, cerrados, y gente y carga por todas partes, techo incluido. Subir no era sencillo, y había negociar de nuevo, ahora con la gente que ya estaba en el vagón y con algo similar a un "revisor”. Cuando lo conseguías, acababas por hacerte espacio entre sacos, animales y cajas a medida que iba circulando muy lentamente. Terminaba siendo cómodo y todo. Era un tren lleno de humanidad - a veces demasiado - donde acababas conociendo tus propios límites. La llegada a cualquier estación era todo un espectáculo con decenas de mujeres acercándose para vender comida caliente o comprar todo tipo de productos.
Los horarios de paso de todos los trenes eran siempre orientativos, y los retrasos que podían acumular eran de horas. Los trayectos oscilaban entre 6 y 24 horas en condiciones normales. Los incidentes en el camino eran frecuentes. Una vez hasta nos quedamos dos días enteros tirados en medio de la nada por un descarrilamiento, o otra tuvimos que bajar todos los “hombres” a empujar el tren marcha atrás para sacarlo de una vía muerta.
Estos días que se habla de Cercanías, RENFE y sus carencias en la línea de Vic, me ha venido todo esto en la cabeza. Suscribo todas las quejas que se puedan hacer porque soy de los que utiliza el tren y esta línea en concreto cada día y estoy convencido de que puede funcionar mucho mejor. Pero no puedo dejar de mirar atrás y, con una sonrisa, seguir pensando que nuestra realidad sigue siendo muy privilegiada. En Nairobi, Mozambique y Bolivia el transporte está muy lejos de ser el de aquí.
Articulo publicado en la columna mensual de la revista El Portal de Centelles. (Num 236 Abril 2014)
Pero sobre todo recuerdo el que va de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia a Salta, en Argentina. Era el único medio que teníamos para salir de Charagua, donde vivíamos, en los años 90. Teníamos tren tres días por semana: el " ferrobús ", el " Rápido " y el " Chaguanquero " en orden descendente de velocidad y confort. Para los dos primeros sólo se podían comprar seis boletos por viaje en el pueblo: dos en la estación, dos en el "Centro Cívico " y dos más a la " Asociación de Ganaderos”. Viajar era complicado para la mayoría de gente, y había que planificarlo con semanas de antelación y muchas negociaciones. Los propietarios de los billetes, no siempre estaban dispuestos a "ceder" el privilegio de vender un billete a quienes estábamos trabajando con los campesinos.
Para el tercero, el Chaguanquero, no habían billetes, pero tampoco habían asientos porque era un tren de carga con vagones -plataforma y vagones típicos de carga, cerrados, y gente y carga por todas partes, techo incluido. Subir no era sencillo, y había negociar de nuevo, ahora con la gente que ya estaba en el vagón y con algo similar a un "revisor”. Cuando lo conseguías, acababas por hacerte espacio entre sacos, animales y cajas a medida que iba circulando muy lentamente. Terminaba siendo cómodo y todo. Era un tren lleno de humanidad - a veces demasiado - donde acababas conociendo tus propios límites. La llegada a cualquier estación era todo un espectáculo con decenas de mujeres acercándose para vender comida caliente o comprar todo tipo de productos.
Los horarios de paso de todos los trenes eran siempre orientativos, y los retrasos que podían acumular eran de horas. Los trayectos oscilaban entre 6 y 24 horas en condiciones normales. Los incidentes en el camino eran frecuentes. Una vez hasta nos quedamos dos días enteros tirados en medio de la nada por un descarrilamiento, o otra tuvimos que bajar todos los “hombres” a empujar el tren marcha atrás para sacarlo de una vía muerta.
Estos días que se habla de Cercanías, RENFE y sus carencias en la línea de Vic, me ha venido todo esto en la cabeza. Suscribo todas las quejas que se puedan hacer porque soy de los que utiliza el tren y esta línea en concreto cada día y estoy convencido de que puede funcionar mucho mejor. Pero no puedo dejar de mirar atrás y, con una sonrisa, seguir pensando que nuestra realidad sigue siendo muy privilegiada. En Nairobi, Mozambique y Bolivia el transporte está muy lejos de ser el de aquí.
Articulo publicado en la columna mensual de la revista El Portal de Centelles. (Num 236 Abril 2014)
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