Alimentos ¿o dinero?

Las crisis de hambre en el mundo, están ancladas en nuestro cerebro con dos imágenes tan potentes como cuestionables. La primera es que son inevitables y la segunda es que la solución es repartir alimentos.

Y este esquema se retroalimenta continuamente por la información que recibimos por todos lados tanto desde África como de nuestros barrios, pueblos y ciudades. Por eso, lo que os voy a contar, sorprende. Quizás los conceptos que teníamos gratuitamente anclados, se moverán y ventilaremos, con aire nuevo, alguna parte de nuestro imaginario.

Que el hambre no es una fatalidad divina, ya lo he explicado más de una vez en este espacio. No, no lo es. Todas las hambres tienen siempre una explicación humana y/o política. Pero tampoco es cierto que el hambre, sólo se combate repartiendo alimentos.

En Mauritania en concreto, hemos dejado de repartir alimentos y ahora repartimos directamente dinero. Sí, entregamos dinero. Cuando lo digo, a menudo saltan todas las alarmas, pero dejadme que lo explique un poco.

Repartir alimentos o artículos concretos (kits de higiene) en estas situaciones es bastante complejo, es extraordinariamente caro, puede ser poco útil y tiene algunos efectos secundarios importantes. Puede ser poco útil porque no a todos les faltan las mismas cosas mismo, y estás entregando a todos lo mismo. Es caro porque estas distribuciones suelen requerir una logística complicada y cara. Y tiene efectos secundarios, porque si yo inundo de arroz, maíz o kits de higiene una zona, hundo en poco tiempo todo el comercio, ya débil de por sí, que había en la zona de estos productos.

Si se hace una buena selección de a quién debe dar el dinero, todos los beneficiados por el programa podrán comprar lo que realmente necesitan, es mucho más digno, se llega a muchísima más gente, se hace más rentable y refuerzas indirectamente todo el comercio local.

De hecho en nuestro entorno el propio banco de alimentos o algunos ayuntamientos están buscando a algunos lugares fórmulas similares para que sus usuarios puedan elegir lo que necesitan en supermercados propios o incluso comprar en supermercados convencionales con unas tarjetas concretas que sirven solo para un tipo concreto de productos.

Seguro que ahora lo veis más claro pero os queda una pregunta: ¿Cómo aseguramos que no hay fraude? ¿Que no se lo gasten en alcohol por ejemplo? Os tengo que decir que aunque se pueden introducir limitantes en todos los casos, esto no ocurre. L as personas que tiene una familia con hambre, tienen claro cuáles son sus prioridades. O por lo menos, el fraude pasa tanto, como cuando distribuyes alimentos.

Pensedlo y vereis, que dar dinero en vez de alimentos, aunque rompa nuestro esquema mental, es mucho más justo y sobre todo más digno. Al menos, esa es nuestra experiencia.

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Artículo publicado en la revista "El Portal" de Centelles num. 285 de Mayo del 2018


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