¿Votamos lo que queremos?

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Si al frente de una tienda existe una persona profesional, los productos no están colocados al azar. Una persona experimentada sabe que su tienda rincones y alturas donde las cosas se venden más que en otros. Y también sabe que le interesa que compremos. Con estos parámetros gestiona a los clientes hacia donde más le interesa, hacia los productos donde tiene más margen o hacia los que pronto caducan.

Me gusta analizar esto cuando voy a una tienda o a un supermercado y comprobar cómo todos acabamos comprando cosas que no teníamos previstas. Incluso cosas que no necesitamos. Y redes como Instagram o TikTok, son los nuevos escaparates de cosas que no necesitamos, pero nos vienen ganas de comprar. Los algoritmos nos presentan lo que más nos engancha, como hacen los comerciantes en sus tiendas.

Resumiendo, no compramos siempre lo que queremos o necesitamos. Una compra consciente es un ejercicio complicado que pide a veces no dejarse llevar por la emoción o sensaciones que nos crea un anuncio de Instagram o un producto muy bien presentado.

Estos días hemos hecho una reunión de las defensorías de la ciudadanía municipales (sindicatura de greuges), analizando las pasadas elecciones con los cambios y sesgos que se repiten en varios municipios. No hemos buscado consensos ni posicionamientos conjuntos, porque las sindicaturas o defensorias son entidades independientes por definición y al servicio de absolutamente a toda la ciudadanía. Pero no he podido dejar de realizar una reflexión personal para entender el nuevo escenario político.

El ejemplo del comercio me permite hacer un paralelismo con el acto de votar. Las elecciones no son ese espacio democrático en el que escogemos lo que pensamos que es la mejor opción en clave individual o en clave colectiva. Para esto sería necesario, como en la compra consciente, un ejercicio metódico de análisis y un conocimiento más profundo de lo que es, de lo que quiere ser y de lo que esconde cada partido político. Ni siquiera el análisis de los programas electorales es suficiente para una elección consciente.

Las elecciones acaban siendo el resultado del trabajo de unos buenos comerciales que saben vender lo que piensan que queremos comprar. Y nuestro voto a menudo se trabaja a base de emociones, frases que enganchan y afirmaciones contundentes. Detrás de todo esto, a menudo hay más afán de poder que de servicio, aunque conozco a personas que están en la política con espíritu de servicio y sigo creyendo en ellos y ellas.

Esta realidad tenía cierto equilibrio cuando todo el mundo practicaba este juego del engaño con relativa moderación porque el afán de poder tenía algún contrapeso en el afán de servicio o en una ideología que se percibía buena para el bien común. La aparición de la ultraderecha, del fascismo, ha llevado estos mecanismos al límite, y se ha convertido en la prueba del algodón del sistema. La ultraderecha ha puesto en evidencia –dejando desnudo al rey– el sistema, la democracia. Su estrategia se basa en la utilización de las emociones más ancestrales del ser humano, presentándolas como un beneficio para todos, pero obedeciendo a unos intereses particulares de una minoría, presentando soluciones que no lo son, solo para conseguir el voto. Aquí no hay equilibrios con el espíritu de servicio, porque es histrionismo de la operación no permite disimular.

La irrupción de la ultraderecha desnuda también de algún modo al resto de partidos porque la dinámica, en esencia, es muy parecida. El ejercicio de la ultraderecha es más simple, muy profesional y bastante efectivo. Los partidos tradicionales no pueden jugar a lo mismo. Pero tampoco tienen recursos para salir de la lógica de siempre. La inercia, las costumbres, los favores que se deben y las mochilas no permiten demasiados cambios. El miedo a perder el poder, tampoco.

Por eso el ejercicio de votar es tan complicado. Pensamos que estamos haciendo una cosa, y en verdad estamos haciendo otra. Hemos ido a comprar pan y estamos volviendo con chuches. Como primer paso, es necesario eliminar la poesía y el romanticismo del acto. No, no es la fiesta de la democracia, no es el espacio donde expresar lo que queremos, no es una lucha entre iguales por expresar ideas, es un supermercado que ha enloquecido y donde todos estamos comprando cosas que no queríamos, que no necesitamos y que no nos son útiles, sólo porque nos han hecho creer que sí que lo eran.

Un día entendimos que el concepto de justicia no es exactamente lo que rige en los juzgados. En los juzgados gana quien tiene más fuerza, mas dinero y capacidad de hacer leyes o de interpretarlas a su favor. Estas últimas elecciones hemos comprobado que democracia no es exactamente lo que se deriva de votar, puesto que el voto no es fruto del razonamiento sino del impulso y la emoción.

Llegados a este punto hay que ser conscientes de que quizás no estamos votando (o dejando de votar) lo que quisiéramos votar.

Para ayudar a revertir esta dinámica, un par de ideas. 

La primera es levantar la cabeza, buscar horizontes, y con paciencia mirar cómo dirigir todo esto con tiempo y persistencia. Para empezar no nos equivoquemos en el primer paso que es el día 23 de julio. Identifiquemos a los políticos con espíritu de servicio, que siguen creyendo en el bien común, y exijámosles coherencia. 

La segunda es seguir y reforzar la aparición de "Verificat". En las últimas elecciones esta plataforma en en redes ayudó a analizar afirmaciones hechas durante la campaña, a descubrir falsedades y medias verdades. A medida que “Verificat” se imponga, los partidos tendrán que ser más cuidadosos en lo que dicen y que afirman.

Que este par de ideas nos ayuden a votar el 23 de julio, pero no olvidemos la lección y sigamos trabajando para cambiar el sistema, ahora que la ultraderecha ha puesto bien al descubierto las grietas y miserias que ya sabíamos que existían.

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