La ternura de Don Mimmo

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Don Mimmo
Fotos de Quim Vives i Seguí


Don Mimmo, el párroco de Lampedusa es todo un personaje. Al preguntarle qué piensa la gente de la isla sobre la continua llegada de migrantes a sus costas, reconocía con gran sencillez que en Lampedusa hay de todo, ciudadanos acogedores y ciudadanos racistas, ciudadanos de derechas y de izquierdas, pero cuando se enteran de que alguien se está ahogando en el mar, independientemente de lo que piensen, salen todos a ayudar. 

Esa reacción profundamente humana es la que encontramos también detrás de la gran ola de solidaridad con los refugiados que se ha producido en nuestro país. Y es esta reacción la que ha descolocado tanto a los políticos, que han tenido que cambiar su discurso más egoísta e insolidario.

Como en Lampedusa, después de salir al mar y rescatar a alguien hay que preguntarse qué hacer con él o con ella, cómo hacerlo, por qué, con quién y hasta cuándo. En este punto la unanimidad ya no será tan grande como en el momento de salir al mar, y es bueno saberlo, y preparar todas las respuestas.  

La primera respuesta es y debe ser humanitaria. En el caso de los refugiados nos obliga el derecho internacional pero todo parece indicar que no estamos actuando con la celeridad y la responsabilidad necesarias, en lo que a los preparativos para la acogida física y administrativa se refiere. Las organizaciones que recibirán a los refugiados saben qué tienen qué hacer y cómo pueden hacerlo bien, pero el gobierno no parece estar dando la suficiente información, ni de una manera demasiado clara, ni está claro con qué medios. 

La segunda respuesta también tiene que ver con la acogida, pero mental. Necesitamos una nueva mirada a lo que nos rodea, más profunda y comprometida, para acomodar este nuevo mundo convulso y desigual en nuestra cabeza y, desde ahí, cambiar las leyes y las instituciones. No podemos conformarnos con lo que creemos ver, o nos empujan a ver. Tenemos que abrir la mirada, al menos, en dos sentidos: a lo alto, y a lo ancho.

  • A lo alto y por encima de los adjetivos que a menudo sólo ponen distancia entre nosotros y los demás, porque vemos (o nos quieren hacer ver)  “sirios”, “sin papeles”, “refugiados” y “inmigrantes”, y nos olvidamos (o nos quieren hacer olvidar) de que ante todo son siempre personas, y que como personas todos tenemos los mismos derechos, y no hay ningún adjetivo que justifique diferencias sustanciales.


  • A lo ancho porque no podemos, a estas alturas, no preguntarnos por qué están viniendo. Todo el mundo debería tener el derecho a viajar al país que le plazca. Pero resulta evidente que quien está llegando a nuestro país, no lo hace por placer sino porque no ha tenido otra opción. Y no la ha tenido o bien porque su país está en guerra, o en medio de algún conflicto, o bien porque escasean los recursos incluso para alimentarse. Nadie escoge donde nacer, y en un mundo globalizado a nadie se le escapa ya, que nada pasa aisladamente. Los conflictos mundiales o el hambre son problemas que responden a intereses económicos o geopolíticos y a expolios directos (recursos naturales, acaparamiento de tierras, etc.) o indirectos (el 65% de los fondos que pierde África anualmente son por elusión fiscal de grandes empresas multinacionales, por ejemplo).

Solo así, abriendo la mirada, vislumbraremos nuevas respuestas de orden político y económico. Y no siempre serán simples, baratas o rápidas porque los grandes problemas son complejos, y como tal hay que tratarlos.

Si algo positivo tiene esta crisis al traernos tanta pobreza y tanto sufrimiento a las puertas de nuestra casa, a nuestros trenes y a nuestras playas, es que podemos ser más conscientes, vivir más de cerca, lo que en el resto del mundo se vive desde hace años y a diario. Ser conscientes de la magnitud de la injusticia, del escándalo sangrante de la desigualdad es el primer paso para empezar a construir un mundo diferente.

El 17 de Octubre fue el día mundial de erradicación de la pobreza. La crisis de refugiados puede ser un gran problema para una sociedad que en el fondo se autocomtempla mucho o puede ser la gran oportunidad para que entendamos que el problema de la desigualdad y de la pobreza es global, y como tal hay que abordarlo. Si solo aumentamos el presupuesto de servicios sociales y no modificamos política exterior, si el gobierno no incrementa la coherencia global de las decisiones a nivel interno y nosotros individualmente tampoco damos un paso delante de justicia global en las nuestras, no habremos entendido nada.

La reacción tan humana y emotiva de este verano, sin abrir la mirada y sin hacer este ejercicio, se convertirá en la más mezquina.

Podremos acertar o equivocarnos, pero nuestra dignidad e incluso egoístamente si quieren, nuestro bienestar futuro depende en buena medida, de la manera cómo tomemos hoy, ciertas decisiones.











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